Mientras una parte del mundo sigue centrada en la pandemia y sus consecuencias, otra parte se enfrenta al riesgo añadido de quedarse sin agua. Se trata de una parte que fluye de los ríos y las cuencas fluviales; se utiliza en un 70% en la agricultura y es causa del temor existencial para muchos pueblos de África, Oriente Medio y el sur y centro de Asia.
Son más de 160 países los que dependen de la importación de alimentos, lo que significa que un grupo minoritario alimenta a la mayoría de las naciones. Según los informes de la ONU, el 40% de la población mundial vive con escasez de agua y existen estudios que apuntan a una migración forzosa por esta causa: el desplazamiento de unos 700 millones de personas de aquí a 2030.
El drama en curso de ambos factores, daña la relación entre los productores agrícolas y los consumidores, pero también aumenta las tendencias a los conflictos en distintos puntos geográficos. Nos encontramos ante una sequía prolongada; escasez de agua, subida del nivel de los océanos, desplazamiento de las fronteras, aumento de la inseguridad alimentaria, subida de los precios de los productos básicos, desplazamiento masivo de la población hacia las grandes ciudades, presión descontrolada sobre sus recursos y servicios, revueltas sociales y guerras civiles.